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Review This Story || Author: sman2000

Lauryn tras la pista

Part 9

Sacaron a Lauryn del maletero cuando aún estaba aturdida. Llevaba las manos atadas a la espalda. Medida cautelar por el momento. El cerebro de la joven aún trataba de despertar. Medio intuía que la estaban llevando en brazos, pero veía todo como a través de una espesa niebla. El oído tampoco funcionaba mucho mejor.


La entraron dentro del almacén. Ya no había ningún cuerpo en la entrada, ni siquiera manchas de sangre. Alguno de los sicarios se había encargado de esconder también los coches. Perdieron poco tiempo antes de entrar al piso inferior, al calabozo. Pasaron por delante de Rebecca. En su estado de desorientación, Lauryn no supo con certeza si estaba sufriendo una pesadilla o se estaba viendo de verdad el cuerpo destrozado de su amiga. Gimió un "no".




Ignoraba el tiempo transcurrido, pero finalmente comenzó a sentirse con fuerzas. Estaba tumbada en el suelo. La habitación era pequeña y simple. Un colchón sobre el que se encontraba, unas cuantas cuerdas en el techo, y poco más. Sin embargo había un montón de monitores además del sillón donde se sentaba Lacroix. Los monitores estaban  conectados a las cámaras de la estancia principal. Similar a un salón enorme, pero dividido en secciones. Había de todo, desde zonas más mundanas con una cama o una silla, hasta aparatos de tortura de los que ella tan solo había leído en clases de historia. En aquel momento las cámaras se centraban en una que no había visto nunca.


Parecía el banco de un gimnasio, aunque muy corto. Apenas cabía el torso de alguien encima. Levantaba del suelo hasta la altura de la cadera de alguien. Tenía dos sitios a cada lado para atar manos y piernas.


Encima, totalmente desnuda y boca arriba, se encontraba una preciosa rubia. Escultural. Poseía el mítico noventa, sesenta, noventa. Apenas podía apreciarse grasa en todo el cuerpo. Tenía la piel ligeramente bronceada por el sol, aunque se notaban las marcas de minúsculos bikinis tanto en los pechos como en la zona baja. Los pezones, redondos y del tamaño justo, eran rosados. Tenía los tobillos atados a los muslos, de forma que no podía estirar las rodillas ni lo más mínimo. Los tobillos, además, estaban atados al banco, forzándola a separar las rodillas. De este modo podía verse la vagina, depilada, con los labios prietos, muy apetecibles. Quedaba completamente expuesta, al aire. Encima del ombligo había la marca de un agujero. Debía haber llevado piercing en el pasado, aunque ya no. Las muñecas también estaban atadas al banco. En lugar de ponerlas simplemente a la espalda, las habían pasado por encima de los hombros para luego esposarlas justo debajo, quedando los codos mirando hacia arriba. Así los pechos se reafirmaban aún más, y eso que no les hacía ninguna falta. En realidad podían verse pocos cuerpos así. Podía haber sido actriz, o mejor aún, modelo.


En el rostro lucía algunas pecas, sobre todo entre los ojos y la boca. Precisamente los ojos, ligeramente hundidos en el rostro, pequeños pero alargados, eran de color esmeralda. Los labios tenían forma de corazón. El inferior ligeramente más carnoso que el superior. Estaban pintados de color rojo oscuro. El pelo rubio, de tonalidad dorada, se habría extendido hasta mitad de la espalda. Dada la postura, caía directamente al suelo. De hecho a la chica le costaba mirar al techo. El banco tampoco llegaba al cuello, acababa un poco antes de los hombros. Por tanto se veía casi obligada a mirar la pared del fondo, tensando así los músculos del precioso cuello de cisne.


Lauryn supo desde el principio que Brenda, la hija mayor de Lacroix, era de las mujeres más hermosas que podía llegar a conocer. Nunca esperó verla así. Inmovilizada, desnuda, nerviosa y aterrada.




-¿Brenda?


Lacroix se giró. De hecho se levantó del cómodo sillón. Miró a Lauryn antes de hablar. La periodista también era una mujer preciosa. Tal vez sus medidas eran menos escandalosas, poco más de ochenta de pecho, tal vez ochenta y cinco de trasero. Al medir casi lo mismo que Brenda, su apariencia no resultaba tan explosiva. Aún así, tenía el cuerpo bien formado por años practicando varios tipos de baile. Todo su cuerpo era firme, armonioso, sin resultar demasiado musculosa, pero ganando a cambio una figura envidiable. La tez era más morena por naturaleza, y ella se encargaba de mantenerla así.


Antes llevaba la melena, corta y negra, recogida en una pequeña cola. Los eventos del día le habían hecho perderla, dejando que cayese libremente hasta los hombros, bordeando un cuello menos largo pero fino y grácil. Tan solo conservaba el flequillo, que tapaba toda la frente hasta un poco por encima de las cejas, que eran finas y angulosas. De hecho, todo el rostro era anguloso, sensual y dulce a la vez. Los labios, no demasiado carnosos, también tenían forma de corazón. Los había pintado de color rosa muy suave. En las mejillas solo un poco de colorete, apenas perceptible. Sabía maquillarse para resaltar sus puntos fuertes sin resultar excesiva ni obvia. El conjunto podía calificarse de notable, incluso sobresaliente. Era al llegar a los ojos cuando dejaba de haber calificativos adecuados. Si bien el color no tenía nada de especial, marrón oscuro, resultaban igualmente espectaculares. Por la forma recordaban a los ojos de una mujer asiática. Alargados, ocultando casi por completo el pliegue de los párpados. Sin embargo eran grandes, eclipsando casi por completo el resto de sus hermosas facciones. Una mezcla casi imposible.


Lacroix necesito recordarse la situación para dejar de mirarla fijamente.


-Si, Brenda. Está aquí porque la has incitado a meter las narices donde no debía.


-¡Es tu hija! Suéltala


Lacroix respiró resignado


-Ojalá pudiera. Qué gran heredera voy a perder. Espero tener más hijos con mi futura esposa. Tal vez algún varón. Pero no me engaño, ¿Cuántas probabilidades hay de uno tan brillante como ella?


Durante un momento sonó apenado. Es más, estaba apenado. Desgraciadamente la lástima iba dirigida a sí mismo.


-Pero ya es tarde. La sagrada ley del azar.


-La gente se preguntará si no es mucho azar. Dos hijas en menos de un mes.


-La gente, las metomentodo como tú, no se preguntarán nada. Mañana varias personas dirán que cogió un vuelo a alguna pocilga del tercer mundo. Ayuda humanitaria, le pega mucho. Dentro de unos años, quizás cuando me presente a la reelección, porque esta la voy a ganar, una guerrilla local dirá haberla secuestrado. Pagaré el rescate, pero solo encontraremos pruebas de su asesinato. Lloraré en público, y la gente llorará conmigo.


-Pero no puedes. Ella es… es tu hija.


-Sí. Es mi hija. Kate también lo era. Ahora voy a hacer lo que no pude hacer con la otra hermana. Yo las he criado, las he alimentado, y les he concedido sus caprichos. Creo que me he ganado el derecho a saborearla antes que mis hombres.


Lauryn protestó, gritó, y escupió. Incluso se levantó, con las manos a la espalda, para intentar placar a semejante monstruo. Fue sencillo quitársela de encima.


-No te preocupes - dijo tras haberla vuelto a tirar al suelo. - Tampoco vamos a olvidarnos de ti.


Entró en la habitación uno de los matones. Al mismo tiempo comenzó a descender cuerda desde el techo. No hacía falta ser un experto para reconocer el nudo de una orca. Resultó extremadamente difícil levantar a Lauryn. Tuvieron que entrar dos sicarios más para agarrarla, ponerle la cuerda al cuello, y apretar el nudo impidiendo que se la quitará. Luego la cuerda volvió a ascender. Se detuvo cuando la periodista casi estaba de puntillas en el suelo.


Los hombres salieron de la habitación dejándola así. Estirada para intentar aliviar la presión del cuello. El nudo quedaba al lado derecho, por tanto se veía obligada a inclinar la cabeza ligeramente a la izquierda. Con todo, miraba de frente el juego de monitores. La mayoría mostraba a Brenda. Otro la mostraba a ella. Seguía llevando puesta la misma ropa. La misma camisa marrón oscuro, prácticamente negra, que debido a la posición estirada se adhería como una segunda piel a Lauryn, marcando sus formas femeninas. La misma falda con muy poco vuelo, color beige, por encima de la rodilla. Los mismos pantis negros, ahora con alguna que otra carrera. Los mismos zapatos de tacón negros, sosteniendo todavía todo el peso de la prisionera, aunque estuviese prácticamente de puntillas.




Brenda llevaba un rato despierta. En su postura tenía poca movilidad. Al principio había intentado dar tirones con las manos y los pies. Había arqueado la espalda. Nada, soltarse era completamente imposible. De vez en cuando escuchaba pasos. En ocasiones conseguía ver hombres andando. Les gritaba pidiendo que la soltasen. Al principio habían sido exigencias que se transformaron lentamente en súplicas. Nadie le hizo caso.


De pronto se encendieron varios focos iluminando la zona donde ella estaba. Giró la cabeza tanto cómo pudo al escuchar nuevos pasos. Jamás habría esperado ver a su padre allí.


-¡Padre! ¡sácame de aquí!


Sonaba esperanzada. Lacroix no dijo nada. Se acercó a la cabeza de Brenda para quedar de rodillas junto a ella. Acarició la mejilla de su hija.


-Lo siento


La disculpa fue, en parte, sincera. Besó la frente de forma cariñosa. El último acto de decencia que aquel hombre iba a realizar.


-¡Suéltame, padre!


Lacroix volvió a levantarse. Dio un par de vueltas alrededor de la joven mientras esta no paraba de pedir que la ayudase. Acarició suavemente uno de los pechos.


-¡¿Qué haces!?


Agarró el pezón con los dedos pulgar e índice. Jugueteó un poco antes de soltarlo. Caminó hasta quedar entre las piernas de Brenda. La joven ya imaginaba lo que iba a ocurrir. Escuchar el ruido de la cremallera tan solo confirmó sus sospechas.


-¡Para!, ¡Para!


Suplicar fue inútil. Lacroix penetró a su propia hija con un fuerte golpe. Jamás había estado mejor. Las paredes vaginales apretaban. Al no estar lubricada, el mismo violador sufría cierto dolor, pero el placer compensaba con creces. Le ofendió un poco comprobar que Brenda no era virgen. Enfadado, llevó cada mano a uno de los pechos. Volvió a agarrarlos, esta vez con fuerza. Apretó y retorció buscando hacer daño. A juzgar por los gritos de dolor, lo estaba consiguiendo. Utilizó el agarre para embestir con más fuerza. Una vez tras otra. Para Brenda fue eterno. Para Lacroix fue magnífico. Duró muy poco. Estaba sobreexcitado y no era ningún portento físico, a diferencia de sus hombres. Aún tras correrse, mantuvo el pene dentro algunos segundos. Acabó retirándose sin una palabra más.


Brenda sintió a su padre salir. Consiguió estirarse para verlo caminando hacia una puerta contigua.


-¡Padre!


No formó más palabras. Sin duda quería decir mucho. La mayoría malo. Sin embargó notó a otro hombre colocándose entre las piernas.


-¡¿Qué?!, ¡Por ahí no!


Jamás la habían sodomizado, pero su postura daba el mismo buen acceso al ano que a la vagina. Sintió la piel desgarrándose en el interior. Pequeños arañazos que, al sangrar un poco, hicieron las veces de lubricante. El efecto apenas podía notarse. Dolía, y dolía más al saber que su violador estaba disfrutando.




-¿Has disfrutado del espectáculo?


Lauryn miró a Lacroix con odio. Mediante los monitores había podido ver todo. No había palabras para describir cuanta rabia sentía. Los gritos de dolor podían escucharse  nítidamente. A pesar de todo, olvidó durante unos segundos. Cuando vio entrar a otro de los sicarios no pudo dejar de mirarle. Llevaba un control remoto en las manos. Cuando pulsó un botón, Lauryn sintió el cable vibrando. Pensó que le había llegado la hora. Nada de eso. La presión en el cuello se redujo permitiéndola apoyar los tacones en el suelo. La alegría duró poco. Notó un golpe en la corva, obligándola a quedar de rodillas en el suelo. El matón la sostuvo allí empujando por los hombros.


Lacroix se había quitado los pantalones. Mostraba una nueva erección.


-Mis hombres usan ciertas pastillas. No son como las que venden. Estas… bueno, digamos que mejoran mucho el rendimiento. Claro que los pequeños detalles no te importan. Verás, follarme a Brenda ha sido fantástico. Podría seguir durante horas. El caso es que tengo aún más ganas de ver como se la follan otros. Normalmente me ocuparía yo mismo de mi pequeño amigo, pero ya que estás aquí, sería un gesto muy feo por tu parte el no participar. Abre la boca.


Lauryn habría querido sorprenderse. Ya no podía. Toda esa gente estaba tan enferma que no imaginaba una forma en la que pudiesen sorprenderla.


-Claro - respondió reuniendo fuerzas para sonreír. - Acércamela a la boca. Te la voy a arrancar de un mordisco.




En el monitor podía verse al violador sacar la polla antes de correrse. Eyaculó en el abdomen de Brenda. El siguiente se acercó a la cabeza. Obligó a la rubia a abrir la boca y la penetró de golpe. Seguro que también habría querido morder, pero el sicario llevaba un machete en la mano derecha y lo había colocado en el cuello. No necesitó mucha más colaboración por parte de la joven. Comenzó a mover las caderas como si estuviese penetrándola por la vagina o el ano.




-Hazlo y te matamos. Es mejor que cooperes


-Me vais a matar de todas formas - respondió Lauryn entre lágrimas. - Así que jódete.


No iban a convencerla de lo contrario. Lacroix volvió a sentarse en el sillón. Le urgía no perderse el espectáculo. Tendría que atender sus necesidades él mismo.


-Mira si consigues que la señorita cambie de opinión.


El sicario asintió. Se bajo los pantalones para revelar su propia erección. Lauryn apartó la vista. Así no vio venir el primer bofetón. Los tres siguientes sí. Consiguieron que gritase de dolor. El matón volvió a acercarle el pene. Lauryn intentó cumplir la amenaza. Casi consiguió morderlo, aunque el hombre tuvo reflejos suficientes para evitarlo. Llovieron unos cuantos bofetones más. Ninguno la hizo cooperar.


-¡Da igual! - dijo Lacroix entre gruñidos. - No quiero que se pierda esto. Ya te la follarás cuando esté muerta. Ahora prepárala. Métele un par de consoladores y cuélgala.


Lauryn se quedó helada al oírlo. Tampoco así la iban a hacer chupársela a nadie, pero no tenía ningún motivo para esconder que estaba asustada. El cable volvió a tensarse. La obligó a levantarse rápido quedando una vez más de puntillas.




En el monitor, el segundo violador sostenía la cabeza de su víctima mientras la hacía tragarse toda la eyaculación. Cuando se separó, Brenda comenzó a toser. Se había atragantado. Fue un milagro que no vomitase también. El primer violador volvió con una nueva erección. Tomó la misma posición que su compañero. Brenda tuvo muchos más problemas que la primera vez para introducirse el pene en la boca. Sabía donde acababa de estar, en su propio culo. El olor era desagradable. Tuvo un par de arcadas, aunque al final lo consiguió.


El segundo violador, "víctima" de las pastillas, se sentó en el estómago de la rubia, consiguiendo que respirar se convirtiese en un auténtico desafío. Colocó su miembro entre ambos pechos antes incluso de estar completamente erecto. Tardó poco. Apretó con ambas manos para que los pechos formasen un canal donde él pudiese desfogarse aún más. Estaba convencido que a una chica elegante como esta nunca le habrían follado las tetas.




El sicario volvió frente a Lauryn y dejó un par de consoladores, ambos del mismo tamaño, en el suelo. Lo primero que hizo fue abrirle la camisa de un tirón. El sujetador era negro. No de encaje, pero sí bastante bonito. Dio tirones hasta conseguir romperlo por el centro. Las copas quedaron colgando de los tirantes, exponiendo así ambos pechos. Aunque eran un poco más pequeños de la media, eran bonitos, con pezones de color marrón muy claro. Los manoseó un poco mientras la periodista gimoteaba y se quejaba. Seguramente no lanzaba patadas por miedo a cortar aún más el suministro de aire.


El matón siguió a lo suyo. Arrancó la falda sin mucha dificultad. Rasgó los pantis para dejar toda la entrepierna al descubierto. Las braguitas también eran negras. Estas no las arrancó. Las echó a un lado para insertar bruscamente uno de los consoladores en la vagina. Lauryn aulló de dolor. El hombre volvió a colocar las braguitas en su sitio para evitar que el consolador cayese. Moviéndose a la espalda, repitió la misma operación en el ano. Los gritos fueron aún más grandes.


Lauryn se estremeció al ver al sicario activando de nuevo el mando. Los pies dejaron de tocar el suelo. Ella empezó a patalear en el aire. Parecía estar corriendo. Buscaba algún punto de apoyo que no estaba allí. Todo el cuerpo se retorcía. Pensar que ese sería su final, con los pechos al aire para quien quisiera mirar, con un par de consoladores en el cuerpo, lo hacía aún peor. Era incapaz de gritar, aunque abría la boca para intentarlo. Tan solo emitía algunos sonidos guturales. Sabía que pronto perdería el control sobre los esfínteres. Se mearía y se cagaría encima. Lloraba tanto que apenas podía ver, y sin embargo aún distinguía cuanto ocurría en el monitor frente a ella.




El violador que utilizaba la boca de Brenda fue el primero en acabar. También la obligó a tragarse todo. El otro tardó un poco más. Se aseguró de concentrar todo el "fuego" sobre los pechos. Algo salpicó en el cuello y la parte superior del abdomen, pero mayormente tuvo bastante buena puntería. Después el tipo desapareció del plano.


El otro tiró del pelo de Brenda usando la zurda. La obligó a mirar hacia el techo mientras la hacía estirar aún más el cuello. Levantó el machete con la derecha. Lo mantuvo en alto para que la rubia tuviese la ocasión de comprender. Gritó. Suplicó. Llamó a su padre. Ofreció su cuerpo, convertirse en una esclava para ellos. Nada detuvo el primer golpe del machete. Estaba poco afilado así que, a pesar de la fuerza, no la decapitó con un solo golpe. La hoja se hundió hasta chocar con la columna, partiéndola más que cortándola. Cuando el verdugo levantó nuevamente el machete, la sangre saltó en todas direcciones. Brenda ya no podía gritar. El segundo golpe consiguió cortarle la cabeza.


Mientras la levantaba por el pelo, Brenda pudo ver su propio cuerpo convulsionándose. Sabía que tenía la boca abierta, pero no conseguía cerrarla. Parpadeó un par de veces mientras la hacían mirar a la cámara. Luego todo se volvió negro.




Lauryn pudo ver al verdugo exhibiendo la cabeza de Brenda cual trofeo. Ella apenas se agitaba ya. Alguna patada al aire de vez en cuando, eso era todo. La lengua ya asomaba entre los labios. Sabía que había mojado las braguitas y los pantis, aunque no veía el pequeño charco que se estaba formando mientras las gotas de orina caían desde los pies. Solo tenía el zapato derecho. El izquierdo había salido volando hace rato. Volvía a no pensar con claridad. La oscuridad empezaba a reclamarla.


Escuchó ruido. Alguien había derribado la puerta. Gritos. Disparos.


-¡Ayudadme a sujetarla!


Alguien la agarró por las piernas. No sabía quién, así que intentó darle una patada, sin fuerzas. De pronto notó aire bajando por el cuello. Dolía mucho.


-¡Corta la cuerda!, ¡Vamos!


Recobraba un poco la visión. No sabía que era Christopher, el agente de asuntos internos, quien la estaba dejando en el suelo. No le había visto antes. Tan solo sabía que era un hombre grande, de unos cuarenta años, rubio y con placa. El tipo le estaba abrochando los botones de la camisa. Ella intentó hablar, pero no la dejo.


-Descansa. Ya estás a salvo.




Lauryn despertó de nuevo en el hospital. Sus artículos recibieron varios premios, pero sobretodo, ayudaron a acabar con toda la rama de la organización que actuaba en su ciudad. Lacroix se suicidó en prisión, y sus hombres habían muerto en el tiroteo, así que no se consiguió hacer nada con la organización a nivel global, aunque al menos se abrió la investigación. En la ciudad hubo muchos detenidos las siguientes semanas. Policías, forenses, políticos, empresarios. Una auténtica purga.


Rebecca y Emma recibieron condecoraciones póstumas. Lauryn recibió bastantes miradas de desprecio en sus funerales. Por el contrario, recibió muchas cartas de agradecimiento de familiares y amigos de otras víctimas. Más de doscientas y seguían investigando.


La periodista, pasados unos meses en los que la obligaron a hablar con la policía varias veces, comenzó a salir con su salvador. Nada serio en principio, pero solo estaban empezando.


Sufrió pesadillas constantemente. Soñaba que la ahorcaban, que la violaban, la destripaban como a Rebecca, y la decapitaban como a Brenda. Durante unos meses tuvo miedo de quedarse dormida, hasta que remitieron y solo la asaltaban algunas noches. También sufrió cierta paranoia. Creía que iban a estar esperándola en cualquier esquina, o en su casa, por venganza. La mente le decía que eso no iba a ocurrir. Si quedaba algo de la organización, nunca la atacarían a ella. Habría sido una forma ridícula de volver a salir a la luz. Aún así, le costó casi un año deshacerse de esa fobia que, ocasionalmente, aún la acechaba de vez en cuando. Por eso pensó en dejar el periodismo de investigación, dedicarse a algo más seguro. Decisión que tomó y mantuvo durante casi una semana y media. Después volvió a las andadas.




FIN


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